Fernando Prats Sensei
Solo por hoy, no te preocupes. Ocupate
En el camino de la vida, para lograr cualquier objetivo importante debemos ir colocándonos pequeñas metas que van escalonadas y dirigidas hacia eso que queremos. En la medida en que vamos encontrando resultados positivos en esos pasos que vamos dando, ganamos confianza y energía para poder seguir avanzando en post de esta meta.
Esto es el ideal. Situaciones en las cuales, plasmamos cosas ejecutamos y crecemos. Nos hacemos de esta manera, “cargo” de nuestra propia existencia.
Pero los seres
humanos somos entidades complejas. A
pesar de tener muchas veces algo que con
todo nuestro ser deseamos, en nuestro
inconsciente existen aspectos que son
aún más fuertes que nuestra propia
voluntad y nos entorpecen nuestro
camino.
Hacemos siempre todo lo posible por
mantenernos en la situación en la que
estamos de diferentes maneras. Echarle
la culpa al destino, presuponiendo una
situación externa más poderosa que
nuestra propia fuerza, que no es el
momento indicado, son entre otras las
preferidas por nuestra civilización.
Aquí hace su entrada triunfal la
“excusa”, palabra derivada del latín
cuyo significado etimológico no es más
que ¨afuera¨ la ¨causa¨. La excusa
siempre coloca la responsabilidad de lo
que nos pasa en factores externos a
nuestra propia voluntad.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué tenemos
estas actitudes tan destructivas con
nuestro propio ser?. Existen algunos
beneficios aparentes en las ¨excusas¨.
Siempre será mucho
más sencillo destruir algo que
construir. Ponernos en movimiento,
ejecutar cosas, plasmar, cuidarnos,
crear y hasta incluso desarrollarnos
espiritualmente requiere trabajo. Nos
cansa el solo hecho de ponernos a pensar
en tener que hacer todo esto, y claro
está es mucho más sencillo, requiere
mucho menos esfuerzo quedarnos donde
estamos, recibiendo en compensación la
“lastima” que se le otorga al pobre tipo
al que el destino y las fuerzas del
universo lo han castigado por la mala
fortuna. El rol de víctima es hija
directa, no reconocida de la excusa y no
es otra cosa más que un mecanismo de
manipulación emocional para obtener
atención y cuidados.
En el mismo instante en que una excusa
se pone en acción, la victimización
espera ansiosa su lugar en el juego. Y
surge también allí la pregunta del ¿Por
qué?.
Nuestra sociedad está basada en las disculpas. Incluso desde que somos pequeños se nos instruye para que pidamos ¨disculpas¨ cada vez que cometemos un error. Por otro lado se nos castiga por los errores incluso a límites realmente terribles como hacernos sentir que no nos quieren. Dos energías importantes confabulan para generar una sinergia nefasta para nuestro crecimiento dando por resultado:
1. Equivocarse está mal,
es lo peor que nos puede pasar.
2.
Si nos equivocamos lo importante no es
subsanar el error sino quitarnos la
culpa de encima (por eso decimos dis –
culpa).
Esto nos queda grabado ya en el disco rígido y a lo largo de nuestra vida actuamos consecuentemente y honrando esta educación. Si equivocarse es tan terrible, al punto de requerir un castigo al respecto, es de suma importancia no errar jamás. Por esto mismo la excusa tanto hacia afuera como para nosotros mismos nos permite engañarnos a nosotros mismos, dejando en lo externo las responsabilidades y de esta manera evitar ser castigados. Pero este mecanismo no termina siendo tan útil ya que siempre está esa “maldita vocecita” interior que nos recuerda permanentemente la verdad de la situación. La excusa viene con un pedido de atención a través de la lástima pero también viene acompañada de la hermanita menor ¨la culpa¨.
La culpa por sabernos internamente unos mentirosos, aunque racionalmente ni siquiera lo reconozcamos nos hace sentir que no tenemos derecho ni a ser felices, ni a avanzar, ni somos tan buenos como para que algo que hacemos tenga éxito. Ese mismo mecanismo nos frena nuestro accionar también.
Ese
autoengaño también lleva a irnos
convenciendo de que “estamos haciendo
cosas” para ir por nuestros sueños, pero
nos aterra tanto el llegar allí y
encontrarnos con la realidad, que
obstaculizamos el camino. Nos aterra
salir de nuestra zona cómoda, nos da
miedo alcanzar algo y tener que pensar
un nuevo objetivo en nuestra vida y
tener que seguir trabajando pero en la
incertidumbre de no saber en qué. Nos
atemoriza darnos cuenta que eso que
tanto queríamos, al alcanzarlo, no sea
como creíamos que era y sentir que
cometimos un error al gastar tanto
esfuerzo por nada. Por estas razones y
para no tener que nuevamente
enfrentarnos a la posibilidad de un
error, es preferible hacer esfuerzos a
medias o simplemente gastar toda nuestra
energía en pormenores en las cositas
irrelevantes del camino. De esta manera
podemos tener una idea de objetivo, algo
porque vivir, algo que no nos requiera
demasiado esfuerzo, y siempre tenemos a
la excusa como aliado permanente.
Todo el trabajo de la excusa se forma en
la mente y es increíble, pero muchas
veces pasa que se gasta muchísima más
energía en encontrar una buena excusa
que en realizar la tarea para lo cual
nos comprometimos. A tal punto se da
esto que hay veces en las cuales estamos
ya pensando la excusa al mismo momento
en el cual tomamos ese compromiso.
La excusa en estas situaciones nos da dos caminos. Hacemos lo que tenemos que hacer, responsablemente y cumplimos o sino, siempre tengo la posibilidad de poner una buena excusa, que no importa si la misma es real o no. A veces para engañarnos a nosotros mismos nos generamos ese “pseudo factor externo” para poder tener una excusa sin la necesidad de sentir la culpa por la irresponsabilidad. Esto se da mucho en situaciones en las cuales, antes de asumir un trabajo, ya estamos sintiendo la carga y el peso del mismo. Aún así, por querer momentáneamente agradar, no quedar mal, o por el solo hecho de llamar la atención, aceptamos compromisos que sabemos que no vamos a cumplir, y en esos momentos vemos a la excusa como una aliada en nuestro camino.
Sucede también que a veces la excusa no es efectiva, y a quien se la vamos a ofrecer, no la cree. Y aquí tenemos a la menor de las hermanitas de la excusa: ¨la ofensa¨. La más cruel de todas y la más irracional también.
La ofensa se da por la expectativa que teníamos de disculpas y lástima que teníamos al momento de poner la excusa. Esta misma no se cumple, y seguimos con la idea de que el universo está en contra nuestra, y mucho mas, “el insensible que no nos creyó nuestro argumento”, entonces, nos ofendemos. De esta manera mantenemos nuestro auto engaño, nos seguimos creyendo responsables, pero por cuestiones externas no cumplimos, y encima de todo a quien le tenía que cumplir… ni siquiera se lo merecía porque no es capaz de entender lo mal que la pasé para intentar cumplir y lo mal que me siento por no haberlo podido hacer.
Pero tenemos en
nuestras manos las herramientas para
darle una vuelta de rosca a estas
situaciones. En primera instancia
debemos eliminar las excusas de nuestras
opciones. Si en nuestra mente la excusa
no es una opción, puede que haya
situaciones en las cuales no lleguemos a
cumplir con lo que nos propusimos a
nosotros mismos o lo que nos
comprometimos a realizar, pero van a ser
mínimas las posibilidades de no llegar.
Y también tenemos que aprender a vivir
equivocándonos. Tenemos que aprender a
que los errores hay que asumirlos y
corregirlos y que de nada sirve ni
sentirnos culpables ni martirizarnos
porque esa atención que recibimos por
lástima, no es más que una medicina
errada de una enfermedad que no tenemos.
Debemos aprender a tomar riesgos y a
vivir con incertidumbre, sabiendo que
todo está en cambio permanente.
Los errores en tal caso son mucho más
fructíferos y nos sirven de abono para
lo que queremos crear, siempre y cuando
seamos conscientes de ellos, de otra
manera estamos condenados a volver a
cometerlos y ni siquiera observarlos.
Las hojas que se caen del árbol, son el
abono de las flores que saldrán del
mismo, el año que viene.
Lo único constante en el universo es el cambio, y nosotros somos quienes decidimos como nos adecuamos a esta, casi única, realidad indiscutible del Universo.